Lo diferencio de la palabra agresividad porque esta significa ir hacia delante, en forma imperativa en pos de un objetivo, utilizando la energía mental o física que se posea para lograrlo, pero no resultando en acciones que eliminen o destruyan al otro en cuestión.

Los mamíferos sociales solo matan para comer, y solo a animales de otras especies, aquellos que según el ecosistema regula su proceder en la cadena de supervivencia, pueden ocurrir algunas excepciones (pero son solo excepciones), y aún en ellas la explicación es el equilibrio ecológico.

Sabemos que no procesan odios, ni resentimientos, y tampoco amor. Los mamíferos “más simples” son seres emocionales no sentimentales, los “más complejos o desarrollados” como nosotros, porque poseemos neocortex (corteza cerebral) damos algún significado a las emociones y las transformamos en sentimientos.

Estos condicionan nuestras percepciones y por lo tanto nuestras conductas, siendo muchas veces capaces de realizar acciones destructivas para con los demás, y con el ecosistema natural. La destructividad es un acto sentimental, porque se vincula con una vivencia de odio, resentimiento y negación de la cualidad de semejante del otro en cuestión. Por otro lado y por la cualidad humana de poder modificar lo que se da, y que nos hace seres creativos (creación como alteración de lo dado en si mismo), la destructividad es también un acto creativo.

En síntesis un hecho de violencia, una conducta destructiva es sentimental y creativa, por ello es propiamente humana, y en su accionar “violan” las reglas de supervivencia de la especie anulando el “mecanismo automático instintivo” que poseen casi todos los “mamíferos superiores”.

Para que ello acontezca debe percibirse al otro u otros si estos son un grupo, como miembro/s de otra especie, de otra categoría que pone en peligro la propia. El acto de destruir a otro/s o de tener ganas de hacerlo emerge de un percibir al otro/s como un “ello/s”. Digo “ello”, porque hay otro “tú” y otros “nosotros”, con los cuales se
puede estar enojado, agresivo, con bronca pero no posibilitan acciones de eliminación o de grave violencia.

Sabemos desde hace mucho que las personas somos seres gregarios, sociales, y que nos constituimos siendo en micro y macro grupos, y que necesitamos sentirnos contenidos y tener la vivencias de pertenencia e identidad.

Cuando estas últimas se perciben en riesgo las personas nos sentimos amenazadas y cual organismo que somos ante la amenaza nos defendemos, y si esta sensación es de grave riesgo es muy probable que tengamos ganas, necesidad, deseos de que ese otro u otros sea o sean eliminados. En síntesis: Si pienso o percibo a otro peligroso para mí esto me produce temor, ante el temor me siento amenazado, ante la amenaza me defiendo, y una de las defensas es el ataque.

Por ello cuando observamos conductas destructivas, sean de otros para con otros, de otros para con nosotros, o de nosotros para otros, debemos preguntarnos que es lo que amenaza tanto para que la persona que tiende a destruir sienta que la otra u otras son como de otra especie, y peor aún de otra especie que pone en peligro la propia. Cuando lo sentimos nosotros, y si todavía no nos ha invadido el impulso irrefrenable, una buena pregunta para hacerse es que considero que es tan peligroso para mí que deseo destruir a esa persona.

Si captamos que alguien desea destruirnos la pregunta es a la inversa que cree esa persona que yo le he hecho que la amenaza tanto para sentir lo que siente.

Si observamos un grupo, un país, un régimen que tiende a destruir a otros la pregunta es la misma. Con ir a una cancha de fútbol y ver lo que sienten las hinchadas con respecto a las otras, escuchar sus cánticos y ver sus acciones esta claro lo que digo.

Con solo mirar el mundo actual y ver los países o regiones están en conflicto es obvio lo que digo. Con acordarse o auto observarse cuando hemos sentido ese deseo
irrefrenable de hacer desaparecer a otro nos daremos cuenta de que también es obvio lo que esta usted leyendo ahora.

Los seres humanos no somos ni buenos ni malos, ni constructivos ni destructivos, somos seres vivos que tendemos a vivir y desarrollarnos desplegando nuestras potencialidades, y en este caso, el de creación constructiva, o destructiva, podemos ser cualquiera de las dos en distintas circunstancias, el tema es que sepamos de nuestra responsabilidad al respecto y que no echemos la culpa afuera.

Cuando establecemos relaciones que nos amenazan nos replegamos, cuando en cambio nos alimentan positivamente nos desplegamos.

Estemos alertas para generar vínculos desplegantes, darnos cuenta cuando nos sentimos amenazados o amenazantes y provocar un cambio a tiempo.
No seamos cómplices ni actores de situaciones que hacen decir, percibir, sentir, categorizar, discriminar y otras adjetivaciones despectivas para con los demás, y/o de ideas o sistemas que oprimen y generan vivencias de otredad, estas en las que los otros no somos nosotros y por ello hay que destruirlos.

Para evitar o por lo menos para aminorar la posibilidad de que las personas tengamos actos destructivos, violentos, con otras personas, hay un “remedio” que debemos aprender a cultivar, es un remedio “natural”, esta en la naturaleza humana, solo hay que saber como hacer para que emerja en los vínculos entre nosotros, este “remedio” posee dos componentes: La empatia y la aceptación incondicional del otro en su propia experiencia.

Empatia es una acción que implica acercarse al semejante con la intención de comprender lo que siente y piensa, y poder ponerse en su lugar. La aceptación incondicional es otra acción complementaria a la anterior, que implica no aprobar lo que el otro piensa o hace, sino aceptar que surge de un marco de referencia y valoración que lo hace sentir, hacer o pensar de determinada manera, quizás diferente a la nuestra, pero que tiene raíces en su propia historia personal.

Esto “remedio”, no implica estar de acuerdo o aprobar cualquier conducta, sino solo por un instante, un tiempo para darse a si mismo, y desde allí comunicarse con ese otro, permitir un intercambio que facilite la mutua comprensión. Quizás parezca algo idealista este enunciado, pero es el único modo que poseemos los humanos para convivir en paz, modo que debe cultivarse desde la familia, continuar en la escuela, en el trabajo, y bajar como línea desde cualquier conducción o liderazgo, sea en un pequeño grupo, en un Empresa, en un país.
Cultivar este “remedio” es responsabilidad de todos.

Lic. Andrés Sánchez Bodas
Creador y Director de la Primer Escuela Argentina de Counseling